Me gusta esculpir con mis manos ciegas
el espacio alto de los sin rostros
Y dejarme
caer en sus formas como quien renace,
como quien
retorna cansado de tanta muerte
y pájaros
caídos que se alejan
o que
giran en círculos cada vez más amplios;
yo he
visto perforarse las máscaras de los que se anuncian
y que
nunca llegan,
he visto
romperse en pedazos
aquellas
catedrales sin nombres ni fantasmas,
en fin, cuanta alegría sin usar nos rodea,
siglos de
bollos de papeles arrastrados por el viento
cruzando
la historia y los disfraces,
circos giratorios
que suben y que bajan
y a lo
lejos vuelan las aves trazando círculos
en el cielo,
otras más
negras extraños dibujos sobre el fondo tormentoso.
Las
montañas y el viento
siguen
dialogando sobre los secretos de la tierra,
y algunas
veces surgen extrañas esculturas,
los
hombres más abajo en el paisaje,
peregrinan
en nombre del misterio, nada se sabe,
parece
como si todo fuera el ensayo
o una
improvisación de una obra alocada
a la que
se le volaron las hojas infinitas de un libro imposible,
libros
sagrados abundan por todas partes,
buscando
recomponer un texto que nadie ha visto.
Buscan
afuera para después creer adentro
y darles
así una cierta identidad al alma
o como
ellos le llamen.
Algunos creen
en la autenticidad
y no
faltan aquellos que esperan que esto se les revele
como un
rayo sobre sus cabezas y después la verdad,
y después
la no muerte y después el augusto rostro de dios.
Pájaros
negros como buitres merodean los campanarios,
mujeres y
niños corretean para resguardarse de la lluvia,
mientras
carruajes embarrados van y vienen
llevando
hombres de galera completamente borrachos,
celebran
las festividades porque pronto nacerá el niño dios,
sin
esperanza ellos no saben vivir,
no pueden
celebrar la vida porque no la conocen,
viven
mirando a la montaña y a dulces doncellas.
De pronto
Juan detiene su marcha,
alza su
cabeza al cielo,
mira
intensamente la única estrella del firmamento
y ésta
parece agrandar su forma y su color,
a la par que se reflejan en sus dientes como perlas,
la luz fría
de la luna,
todo
parece haberse detenido, el sonido del arroyo,
el
movimiento de los árboles,
los
grillos y las canciones ebrias de los
hombres.
Una mujer
corre en sentido contrario
tomando
con sus manos parte de sus rojas vestiduras,
Juan
comprende la situación
y maldice
al mundo de las sombras,
mira
penetrando en las murallas
y ve
fantasmas
y
mercaderes haciendo intercambios de sedas y especias,
alza una
pequeña piedra del camino
y la
arroja al lago sin preocupación, todo recomienza.
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