GIRO EN DANZA EN TRES OCTAVAS
(Para ser leído tres veces)
“El tiempo no puede comprender a Dios,
porque el tiempo está comprendido en Dios.
El hombre es una extraña mezcla de ángel
y serpiente.
“El tiempo no puede comprender a Dios,
porque el tiempo está comprendido en Dios.
El hombre es una extraña mezcla de ángel
y serpiente.
La figura gira, gira sobre sí mientras la luz del amanecer estira su sombra hasta el horizonte y los montes y el interior del bosque de un verde cada vez más dorado. La figura se acerca al lago, toma el agua para saciar su sed, los cuernos enormes y majestuosos de aquel ciervo se reflejan en el espejo de la naturaleza. Sus ojos enormemente abiertos reflejan en la convexidad de ese brillo haciendo diminuto el paisaje. Un sonido que viene del fondo del bosque hace alzar más su cabeza, quedando quieto y silencioso dentro de su corazón, cuidando lo más valioso.
En lo alto del cielo, cerca de los montes vuela el cóndor. La luz de la estrella sol hace visible la sombra, mientras flores de todos los colores abren su corazón al sol para brindar su aroma. Las doradas abejas toman el secreto milagroso del néctar de la vida. En lo alto, ya más cerca del bosque, vuela el cóndor, los pájaros menos veloces mantienen una respetuosa distancia. La nieve disuelta corre entre las piedras bajando de las cimas, dando alegría a la tierra toda, repleta de peces de todos los colores. En un lago cercano los animales conocen su rostro. Más cercano aún, con sus alas silenciosas trazando círculos, vuela el cóndor. En lo más alto de la cima, casi en lo más alto, acuna a sus crías.
El puma comparte el silencio con las piedras a su paso. Un grito desgarrador viene del fondo del bosque.
La figura gira, su sombra desaparece bajo sus plantas. Sobre el lago, desde lo alto, el enorme pájaro se refleja sobre la superficie. Las sombras de las cosas se proyectan hacia el este, la enorme estrella haciendo más enorme su figura, lentamente se hunde en el espesor del horizonte, mientras en el cielo hondo se encienden las primeras estrellas. La luna asoma su figura de plata elevándose entre las piedras. Una brisa helada cubre las cosas y la luz de millares de estrellas hace aún más enorme la soledad de la noche. Los ritmos cambian, la respiración se apacigua.
En aquel claro circular del bosque la sacerdotisa traza cuadrados con sus pies sobre la tierra húmeda, cuando el fuego central alumbra su rostro y su danza. Lleva en una mano un espejo circular y en la otra, como siempre, la serpiente. Por un extraño conjuro, frente al fuego, hace pasar la serpiente por el espejo. El resto de las sacerdotisas, en círculo alrededor contemplan el milagro. La luna hace más blanca y pequeña su figura.
El silencio se hace total. El rito se ha cumplido. Y entonces, de la pequeña cabaña descorriéndose el velo hacia el fuego la sacerdotisa y las sombras, el sacerdote toma el espejo y conoce su rostro.
La noche se hace más honda aún y ambos contemplan el silencio de esa noche sin dos.
Las brasas se van convirtiendo en cenizas.
La figura gira, gira sobre sí, mientras la luz del amanecer estira su sombra hasta el horizonte y los montes y el interior del bosque de un verde cada vez más dorado. La figura se acerca al lago, toma el agua para saciar su sed mientras los cuernos enormes y majestuosos de aquel ciervo se reflejan en el espejo de la naturaleza.
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